miércoles, 29 de julio de 2009

Manifiesto 1

El cielo se ha puesto gris después de presenciar la ciudad estos años en los que tanto ha cambiado su imagen y profundidad. Un niño recorre su colonia todos los días en su bicicleta para ir a vender agua, pasa sobre las piedras, sobre montañas de cemento que antes eran terrenos de cultivo, a su lado derecho se parte el suelo en una barranca profunda que termina su filo con un muro, pareciera casi una muralla que separa la zona más ostentosa de la ciudad de quizás la zona más pobre de la misma. El paisaje podría ser de cualquier ciudad del mundo, podría quizás ser Puebla.

En el mundo el despojo deja diario a 600 campesinos sin tierra, las zonas verdes disminuyen por minuto y todo se mueve tan rápido como la gente que se va en busca de una vida más digna que no fácilmente se encuentra, se saturan los territorios, se vacía el campo para que luego quienes gobiernan digan con cinismo e hipocresía que hay que hacer algo por su recuperación.

Las ciudades se atiborran, crecen desconsideradamente, expulsan. El trabajo asalariado se convierte en un obstáculo para las ganancias de unos cuantos y empuja a los que ya no son útiles a salir a la calle a buscar medios para sobrevivir.

En Puebla en lo que va del año van 16 mil 326 desempleados. El 60% del trabajo en Puebla es generado por el comercio informal.

Los que no se “integran al modelo de producción”, como dice un espectacular en esta misma ciudad, son “desechables” como tantos miles, millones de seres humanos en el mundo. Los desechables buscan, crean, recrean, trabajan muchas veces más que los que están dentro, integrados.

El concepto de ciudadano comienza a perder sentido, se deja de ser ciudadano cuando no se está en los circuitos completos de la producción y reproducción del modelo de vida.

La represión y hostigamiento contra los no ciudadanos, los desechables, los no útiles, se acrecienta atiborrada de mil membretes y planes sociales. Nos sonaran todas las campañas que por delante llevan la palabra” limpieza”. De forma paralela a ese avance rápido de la pérdida de zonas verdes, de campo, de terreno, territorio, casa, vivienda y techo se privatizan los espacios públicos. Bajo disfraces como el programa por “la dignificación del espacio público” se han cerrado paulatinamente espacios, poco a poco las cercas cubren algunos parques o plazas y poco a poco van cerrando las puertas, si el lugar en cuestión era de un uso intenso por parte de la gente o era lugar de manifestación o creación les resulta más conveniente cerrarlo. Estamos ante graves momentos de crisis, nos anuncian que habrá empleos precarios para enfrentar la crisis cuando por otro lado se gastan 25 millones de pesos en “dignificaciones” como la llevada acabo en el barrio del Carmen, donde quitaron bancas y arboles que guardaban historia y valor para los vecinos. ¿Alguien se pregunto a donde fueron las bancas?, ¿A dónde el adoquín que fue suplido por cemento moldeado?

Perder estas plazas implica que nos quiten las pocas posibilidades que quedan de encuentro entre personas, encuentros que no obliguen al consumo en uno de los tantos centros comerciales que son puestos en cada colonia. La calle, el espacio, la plaza será y es el lugar donde nos encontraremos y nos encontramos para vernos, reconocernos, convivirnos, recrearnos, expresarnos, vincularnos.

En la plaza uno se abre a lo otro, se presentan espejos y se entrelazan las realidades que nos dicen: “no estoy solo”. Se tienden puentes sociales con los que se rompe la barrera que nos fragmenta y nos sitúa a unos en un lado y a otros en otro, generándose así una reapropiación y una re significación del todo, no solo del espacio como lugar, sino del ser y hacer dentro de la ciudad.

Cuando se usan los espacios deja de ser necesario callarse, reprimir hartazgos. Quizás por ello no solo sea un buen negocio que donde había una plaza o un portal histórico ahora haya una multinacional, porque también resulta un mecanismo de control cerrar lo que más tarde puede ser un espacio de asambleas. Porque al salirse de control el espacio se puede hablar con todas las palabras.

En otras historias y rincones del mundo la plaza ha sido el lugar de encuentro entre los vecinos, que no se conocían aún siendo del mismo barrio o edificio, en momentos críticos. En las plazas se han gestado las protestas que dicen ¡YA BASTA! Y que rompen con el tiempo estático y le abren paso a una nueva posibilidad.

El espacio de encuentro es un espacio que no le pertenece al gobierno, sino a nosotros. Ahí hacemos historia, marcamos los suelos sobre los que pisamos y se guardan en los muros nuestros gritos, esperanzas y susurros. Los espacios son nuestros, de todos. El espacio, la plaza es mucho más que un lugar físico, es donde se transmite la cultura, la forma de ver el mundo y de percibirlo.

En la plaza se accede a lo que no se accederá por vía de los gobiernos que rompen la cultura y la venden, en estos lugares, las capacidades creativas brotan, estallan en un mimo estatuario, en un performance callejero, en una verbena popular, en una protesta, en un ser humano. Las efervescencias creativas generan nuevas relaciones sociales.

La creatividad por lo visto también estorba si no le pertenece a los que deciden donde va cada cosa en la ciudad, porque la han confundido con su fraccionamiento. La creatividad es capacidad y la capacidad es capacidad de transformar y eso reside en todos, lo buscamos en otros para juntos comenzar a no callarnos, a usar la calle, para que no llegue el día en que seamos expulsados de nuestra propia ciudad, para decir: “La calle no es blanca, es de colores”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario